¿Cuáles son los temas o reclamos que más están abordando en su oficina?
En la Defensoría recibimos cataratas diarias. Por ejemplo, el gobierno anunció que desde octubre los trámites por las PUAM (Pensión Universal para el Adulto Mayor) se pueden comenzar a hacer de forma informática, y muchos no saben, no tienen la más pálida idea, entonces vienen a que les hagamos los trámites.
¿Y con el tema de los amparos?
Es otro de los problemas que tenemos. Está pasando algo a escala. Casi todas las obras sociales han dejado de darles prestaciones a los jubilados, se han desprendido de los jubilados. Por ejemplo, OSECAC, que les estaba dando la prestación a los monotributistas, les están dando de baja a todos, y pasan al Pami directamente. Entonces, tenemos parva de gente en tratamiento, incluso en tratamiento oncológico, que se quedaron sin prestador. Incluso, a los jubilados, siendo jubilados de la actividad, no los toman más. Los pasan al Pami. Es gente que hace 30 años que se atiende con sus médicos, sus prestadores, y de un día para el otro les dicen, “vos ya no pertenecés más”. Es más, se enteran en el mismo prestador.
¿Eso se hace con alguna autorización gubernamental?
Eso se hace porque la ley está vigente. Cada una de las obras sociales -que están todas medias quebradas, por mal manejo de los sindicatos, o de los sindicalistas-, son todas deficitarias, y de lo primero que se desprenden es de sus jubilados. Esto viene así desde 2012 para acá. Hoy, los que están jubilando, los mandan directamente al Pami, que ya tiene una sobrecarga terrible. Lo que pasa es que hay una distorsión de todo el sistema. El sistema de salud ya estaba en una crisis severa antes del 2020. A partir de la pandemia se estresó definitivamente, por lo cual, tanto la salud pública como la privada están en estado crítico. En las grandes ciudades tenés algunos recursos desde el sistema público. Pero los hospitales de periferia, como el Argerich, el Santoniani, están colapsados por la demande de provincia.
Usted habla de crisis humanitaria cuando se refiere a los jubilados, término que se lo vincula generalmente a una guerra.
Si. Yo estoy presidiendo la Sociedad Iberoamericana de Geriatría y Gerontología, donde hacemos observatorios de la situación de las personas mayores en los países de Latinoamérica. Cuando observamos que hay saturación en las prestaciones de salud, o imposibilidad de acceso a la vivienda, o al medicamento, o al alimento, informamos a la administración de ese momento, para que tome cartas en el asunto. Nosotros mandamos ese informe en el 2022 al gobierno de Alberto Fernández. Obviamente no le dieron bola, y volvimos a hacerlo con la actual administración. Lo que pasa es que, al no haber políticas integradas y serias, el deterioro es acumulativo. Uno observa siempre el último período, pero estamos hablando de crisis de antes de la pandemia. Pero la pandemia desnudó todo lo que ya pasaba, y se potenció. Porque lo que más se está perdiendo –y eso es lo que difícil de recuperar, porque no se recupera- es el recurso humano. Se nos va la gente formada, emigra. Yo doy una diplomatura en gerontología, y los muchachos y muchachas son como jugadores de fútbol, están viendo, no jugar en primera, no en hacer tal o cual residencia, sino viendo a qué país se van.
Estaríamos ante dos crisis paralelas: sanitaria y previsional.
Nosotros, desde la escuela de Gerontología Crítica Integral, que tiene más de 40 años de vida, que surgió desde dentro de la propia Sociedad Argentina de Gerontología, nosotros consignamos que la gerontología, como la seguridad social, tienen tres pilares. Uno de los pilares de la seguridad social es el trabajo y la previsión; otro es la salud, y el tercer pilar es la educación. Cuando estos pilares están sólidos, las sociedades avanzan, se desarrollan, aunque tengan crisis, pero tienen un horizonte. Cuando esos pilares están en crisis como ocurre en Argentina, lo que va pasando es que la sociedad entra a convulsionar, entra en una crisis crónica, que no se soluciona con una medida. El sistema político argentino tiende a simplificar problemas complejos. “Che, los jubilados están mal. Bueno. Les damos un poco, un 7,2% de aumento”, y el bono -que es un disparate, porque es un pago discrecional- “lo blanqueamos, lo ponemos en el haber y lo actualizamos, y con eso resolvemos el problema”. El tema central es que este jubilado, que hoy recibe 390.000 pesos, con todo ese 7,2% y el blanqueo del bono, va a recibir 460.000 pesos. La distancia con la cobertura de la canasta sigue siendo la misma, que está cercana al millón y medio. Esta canasta de jubilados hace hincapié en insumos que personas mayores consumen. Los medicamentos siempre suben el doble de la inflación anual. Esto es porque la industria de los medicamentos está absolutamente carterizada, y por otra parte, financian los sistemas políticos, así que nadie le pone el cascabel al gato. Ahí tenemos otro problema, porque no tenemos un sistema de salud, sino un sistema de enfermedad: se ataca la enfermedad una vez establecida. Cuando alguien te habla de salud, nunca te habla de cloacas o de agua potable. En la canasta del jubilado aparecen insumos que los jóvenes no tienen la más pálida idea. Por ejemplo, un 80% de las personas mayores usan protectores para incontinencias urinarias no patológicas. No es una enfermedad sino por un problema fisiológico, relajamiento de esfínter, etc. Esos protectores urinarios salen $20.000 el paquete de 8. Imaginate en el haber del jubilado, es imposible. Cuando hablamos de este insumo, no hablamos de la comodidad; es un hilo muy delgado entre tener a esa persona con un protector, haciendo su vida normal, en la calle, tomando un café con sus amigos o bailando tango, o que su propio olor a pis lo lleve a estar recluido en su casa. Esa reclusión implica depresión. La depresión es la enfermedad más diagnosticada según la OMS, y que más vidas se lleva. Entrás en un círculo vicioso, se retraés, te aislás, y pasás de ser un enfermo social a un enfermo integral. Por eso insisto en la necesidad de ver ese universo completo. Hablan permanentemente de hacer una reforma previsional, y la reforma previsional es aumentarles 60 lucas. ¿Escuchaste a alguien hablar del financiamiento del sistema? “No, porque no hay activos, porque hay muchos pasivos”. Ese argumento es el de sistemas que están caducos. La ley bismarkiana del S XIX, revitalizada después de la 2da Guerra, por la reconstrucción de Europa, con pirámides poblacionales rejuvenecidas, y con un capitalismo de pleno empleo. Esto sí implicaba la relación de 4 activos por un pasivo. Eso no existe en el mundo, y menos en Argentina.
Con la mitad de la población activa, en negro.
Exactamente. Pero cambiaron los modelos productivos. Donde teníamos 10.000 obreros, hoy tenemos 5 técnicos en robótica manejando las computadoras.
Y con una expectativa de vida mayor.
Los grandes fenómenos del S XXI –que son los que estoy laburando académicamente en dos universidades de Europa hace casi 5 años- son la longevidad, y la inteligencia artificial. La IA cambia todos los modelos productivos. Todos. Desaparecen empleos tradicionales, y aparecen otros. Esto implica ajironarse, y la longevidad es uno de los problemas. Viene un gobierno y te dice, “no tenemos aportantes, ¿qué hacemos?”, y viene otro gobierno que te dice, “no tenemos aportantes, ¿qué hacemos?”, y viene un tercer gobierno que te dice, “no tenemos aportantes, ¿qué hacemos?, aumentemos la edad jubilatoria”. Cada dos por tres sale un genio queriendo aumentar la edad jubilatoria. Imaginate que mañana la subimos de 65 a 70 años. ¿Qué va a pasar? En Argentina hace unos 15 años que no se generan nuevos empleos, con lo cual, cuando aumentás la edad jubilatoria terminan estando todos peor, porque lo que hacés es impedir que los jóvenes de 18 a 25 entren al sistema formal. Los mandás a la informalidad. Mirá lo que pasó el año pasado, y es interesante tenerlo en cuenta para entender que el problema de los viejos no es sólo llegar a viejos, es de los jóvenes. El año pasado el 53% de los empleos fueron ocupados por jubilados. La gente cuando llega a los 65 años, viene a la Defensoría a ver cómo puede evitar jubilarse. La tasa de sustitución en Argentina es bajísima, del 50%, es decir: cuando te jubilás, el último salario que cobrás de activo es 1.000. Te jubilás y al mes siguiente tu haber como jubilado pasa a ser 500, si te jubilás bien. Porque si en tu historia laboral tenés períodos de autónomo, o una empresa no te hizo los aportes, pasás a la mínima: 320.000 pesos más el bono. Cuando vemos esto –que es gravísimo- vemos que no tenemos que reformar un sistema previsional, tenemos que hacer un sistema de previsión social. Los sistemas previsionales en el mundo, se basan en el principio de equidad y proporcionalidad: quienes están en el sistema tienen que percibir un haber que tenga que ver con su historia laboral, y que le cubra la canasta de necesidad. Ninguno de estos tres elementos se dan en la Argentina. En el mundo es difícil encontrar en un mismo país 100 personas que tengan la misma historia laboral. Se terminó la historia de los tipos que entraban de aprendiz y se iba como gerente. Entonces, tenemos a 5 millones que cobran la mínima, y no son 5 millones de personas que tienen la misma historia laboral. Es un subsidio por la edad. Lo que debiera ser un derecho, en Argentina se convierte en un subsidio por edad. A los 65 el gobierno de turno te da algo. Tenemos que armar un sistema, y el primer debate es el financiamiento de ese sistema. Porque viene un gobierno y te dice, “viste, el trabajo en negro es del 40”, y viene el gobierno que sigue y dice, “ahora es del 45%, qué barbaridad”. Y los que tienen que transformar la realidad, la describen como un periodista. Cuando empiezan a envejecerlas pirámides, los primeros en darse cuenta son los países nórdicos, que vieron que iban cambiando los modelos productivos. Finlandia y Noruega no tenían sistema previsional. Y la gente envejece y no iban a tener cómo sostenerla. Tomaron la renta del petróleo y le dieron destino: salud, previsión y educación. En previsión tienen los sistemas más sustentables. Nosotros tenemos un sistema que se empezó a estructurar en el 1904. Y seguimos haciendo lo mismo que en 1904. Cuando se incorpora el financiamiento del apoyo fiscal –porque ya no se daba la ecuación activo/pasivo. Y después de la privatización –que fue el negocio de los bancos y de algunos sindicalistas y políticos-, ahora tenemos un sistema de reparto asistido, es decir, una parte viene del trabajo y la otra la pone el Estado. ¿Qué renta pone guita en la seguridad social en Argentina?, ninguna. El impuesto que más fondos pone a la seguridad social es el IVA, el más regresivo de los impuestos. El pobre que compra un paquete de yerba para el mismo impuesto que el gerente de la Shell.
¿Y qué se esconde detrás de esa inacción, detrás de ese afán por relatar la realidad en lugar de actuar sobre ella, caja política?
Existe la caja política y la corrupción, pero al margen, Argentina está muy atrasada de pensamiento político. Nuestros políticos tienen un pensamiento primitivo. ¿Vos pensás que en España –por poner un país con similar idiosincrasia que la nuestra- los empresarios, los capitalistas, son mejor gente que los de acá? No. Son más racionales. No hay nada más caro para un Estado que mantener la pobreza. En Europa, la tasa de recupero de la guita que le ponés en el bolsillo a un viejo es casi inmediata, es de 45 días. Ponerle plata en el bolsillo a un viejo es un negocio fabuloso para la economía, porque lo consume, casi todo en el mercado interno, y no hay decisión de ahorro. Acá es el proceso inverso, se le aplica el rifle sanitario a los 65 años, cuando esa persona tiene la biología que le ofrece 20 o 25 años más de vida plena. Acá lo que hacés es matar a un consumidor.
¿Y traspasada esa catarata de amparos y demandas, qué instancia le queda al jubilado?
Nada. Va girando de un lado a otro. Nosotros atendemos casi 300 casos por día. Parece mucho pero no es nada. Tenemos 8 millones de viejos, con múltiples problemas. Lo que más desarrollado tiene el gerontólogo o el geriatra es el oído. Te vienen y te dicen, “doctor, no puedo comprar el remedio”. El primer medicamento que empieza a dejar de consumir el viejo porque no tiene plata, es el que tiene que ver con enfermedades asintomáticas. La más típica –la que tenemos el 80% de los viejos- es la hipertensión. Vienen con la receta y te dicen, “no puedo comprar esto; el médico me dijo que tome 2 por día”. Toman uno, y el otro lo toma la señora, con lo cual, gasta el viejo, gasta el sistema, y los tratamientos no sirven para nada. En los viejos con hipertensión, en muchos casos, el primer síntoma también es el último, porque es un ACV o un infarto. En Europa te los dan gratis. Porque para el sistema es más barato. A ese tipo que le da un ACV, lo tenés en una cama de terapia 20 días, y queda con una minusvalía. Con eso ya pagaste el tratamiento de 30 pacientes. Esto está íntimamente relacionado con el financiamiento del sistema. Los trabajadores en actividad seguimos poniendo para el PAMI, o para una obra social, pero siempre ponés para el PAMI 6 puntos de tu haber, pero resulta que cuando lo necesitás no tenés ni una ni otra. El tema central es ver todo dentro de un contexto. Hoy no tenemos atención de pacientes crónicos, que es lo que tienen los viejos, y no hay dónde meterlos, no hay especialistas. Tenemos la pérdida más espeluznante, de lo que no nos vamos a recuperar aunque nos dé la plata Trump, que es el recurso humano. Si no se lo toma en su integralidad, vamos a estar en una crisis permanente. Es como estar en una terapia todo el tiempo. Y un día te lleva puesto.
En su relato describe décadas de frustraciones, de los jubilados en general, y como parte de su trabajo. ¿Cómo vive el dedicarle la vida a un objetivo que parece, al menos en Argentina, inalcanzable?
Los gerontólogos somos optimistas patológicos. Hace 40 años que hago gerontología, con lo cual ya soy mi propio objeto de estudio. Tuve muchos años a cargo de organismos de tercera edad y de discapacidad. Cuando resolvemos un tema, nos alegramos muchísimo, y nadie lo cuenta. Por ahí, lo que le resolvimos a una persona es para que viva dos semanas más. Porque le conseguimos el oxígeno, el botón gástrico. Lo disfrutamos porque es la apuesta a la vida. Es lo contrario a lo que vemos en una sociedad deprimida donde lo thanótico es lo que más pesa. Cuando te vas haciendo viejo, lo que no resolviste es mucho más que lo que pudiste resolver. Son las espinas que tenés en la mochila y que pesan cada vez más. Esta es nuestra profesión, nuestra elección, y lo hacemos. Me gustaría hacerlo de otra forma. Me escuchan en los medios, no porque sea un genio, sino porque nadie habla de esto. La gente viene y me dice, “doctor, ¿me puede hacer un amparo por tal cosa?”. En el mundo el amparo es una medida excepcionalísima, es cuando ya es de vida o muerte. Acá se convirtió en una medida ordinaria. La gente empieza, de movida, con la desesperación. Muchas de las cosas que conseguimos no es de milagro, es porque están en el sistema. No hay accesibilidad a lo que hay. Ahora Pami sacó su aplicación. Hacen la publicidad, “podés hacer todos los trámites por la app”. Y ahora tienen que sacar el turno por esta aplicación. Como muchos no saben o no pueden, vienen a la oficina diciendo que quieren dejar una queja, porque en la app tenés el menú para pedir los turnos. Pero no está la opción de quejar o de denunciar. Entonces no podés sacar el turno, o para que un ser humano te diga, “che, ¿qué pasó?”. Con esta harina hay que hacer pan. Los viejos somos un espejo que adelanta. Si ese espejo le devuelve al joven la imagen de alguien que no puede comer lo que quiere, que no puede pagarse un techo, o que no puede cumplir sus deseos, ¿decime por qué carajo un joven va a querer llegar a eso que está viendo? Esto se llama gerantofobia, una sociedad gerantofóbica, sociedades con miedo a envejecer. El viejo es siempre el otro. Son sociedades de doble moral. Quiero ser como soy ahora, y de ninguna otra forma después. Pero lo que inexorablemente va a pasar es el tiempo.

